Daniel Troyse, Padre de tres hijos, Daniel es psicólogo humanista y formador en el Enfoque Centrado en la Persona de Carl Rogers.

Para que se dé el sano desarrollo del niño ¿qué necesita de una figura de autoridad? ¿Crees que hoy, en nuestro entorno, solemos educar desde ahí?

No pienso en términos de sano o insano; cada tipo de input promueve un camino determinado en el desarrollo. Es cuestión de cada adulto ver cómo quiere influir. Yo quiero ofrecerle a los niños la oportunidad de desplegar todo su potencial, creo que es la forma en que más disfrutarán de su vida, más fácilmente podrán manejarse como adultos y más rica será su aportación a la sociedad. Para esto, creo que lo que más le va a ayudar al niño es que se sienta seguro y libre para explorar, así que me veo como un mediador entre el niño y el entorno, una especie de traductor y a ratos abogado de lo que el niño necesita, quiere y puede y lo que el entorno puede ofrecerle o incluso pide de él. A la hora de ejercer esta mediación considero fundamental intervenir lo mínimo en su programa de autorregulación y descubrimiento del mundo. De alguna manera estas son tres experiencias (libertad, seguridad, no interferencia) que me encantaría que todos los niños del mundo viviesen. Sí creo que hoy educamos más con un afán de dirigir la conducta del niño y amputar de ello lo que nos resulta molesto.

¿Cómo dirías que se define a una autoridad constructiva en el entorno de la infancia?

Es un término un poco vago que utilizo muy provisionalmente, cogedlo con pinzas. En esencia me refiero al adulto que ofrece un espacio afectivo y físico para que el niño pueda explorar con libertad y seguridad sin desconectarse de su programa interno. Una autoridad así cuida de interferir lo mínimo posible con sus miedos, expectativas y creencias; protege al niño de las exigencias absurdas del entorno; acompaña para que pueda integrar lo que sí conlleva limitaciones, peligros o necesidades del contexto reales; etc. Un adulto así quiere que el niño sea quien es -y no lo que la norma, la teoría o las propias expectativas dictan-  mientras aprende a moverse en este mundo lleno de limitaciones.

Hay muchas maneras de ser autoridad. Unas se autoproclaman, se roban o se imponen. La que propongo, en cambio, surge como un acuerdo. Es casi un papel que el niño nos otorga en su vida. Si tenemos la suerte incluso podemos convertirnos en un referente al que acude deliberadamente cuando de verdad lo necesita.

En relación a los límites el adulto puede a veces definirlos, otras veces simplemente detectarlos pero siempre, y esto lo considero más importante, puede acompañar al niño a aprender a relacionarse con ellos.

¿Qué se entiende por límites orgánicos?

Igual que con lo anterior, no os agarréis mucho al término. Con este me refiero a los límites que surgen de una necesidad real tanto del niño como del entorno. Los distingo de los límites que se fabrican artificialmente con el fin de controlar o manipular la conducta del niño, estos suelen generar más angustia en todo el sistema familiar e interfieren en el programa de autorregulación del niño. Los “orgánicos” encajan coherentemente con las necesidades de todos los implicados y cuidan del niño sin quitarle la posibilidad de aprender por sí mismo a moverse en este mundo y pertenecer a un colectivo.

Hablas de «fomentar el crecimiento del niño sin coartar su libertad e individualidad”? Puede haber quien piense que eso puede ser peligroso para el niño y para el padre/madre. ¿Por qué esa es mejor opción que la fórmula de ordenar al niño lo que tiene que hacer siempre? Necesita aprender…

Bueno, no necesariamente es mejor opción, como dice el gato de Chesire, todo depende de a dónde queramos llegar.

Es importante aclarar que no coartar la libertad del niño no significa “dejarle hacer todo”. Entiendo que pueda entenderse así pero nada que ver. Por otro lado, ni vivir, ni crecer, ni desarrollarse se puede lograr en el contexto de la seguridad total. Estar vivo supone un riesgo constante. Hasta para comer tenemos que asumir un riesgo mínimo. Está en manos de cada uno hacer un balance de los terrenos que quiere explorar y los riesgos que está dispuesto a asumir. Por eso insisto tanto en que el adulto se trabaje su relación con el miedo.

Creo que cuanto más explora el niño, más información valiosa tiene para autorregularse, más aprende. Cuantos más peligros se encuentre en un contexto en que pueda descubrir cómo gestionarlos, más autónomo y responsable será. Entonces, como adulto puedo preparar un entorno seguro para que el niño explore lo máximo posible. Probablemente puedo influir en muchas contingencias -físicas y afectivas- para ampliar el área. Mejor aún, puedo acompañar al niño para que se relacione con los peligros sin tener que eliminarlos y así que aprenda a gestionarlos. Tarde o temprano me encontraré con riesgos no asumibles imposibles de eliminar y con mucho gusto podré acompañar al niño a relacionarse con este límite -orgánico-.Todo esto supone un camino muy distinto al de simplemente dejar que el niño haga todo lo que quiera.

Si vamos un poco a lo que está debajo de este debate, entiendo que esta propuesta puede activar miedos; tenemos muy instalada la creencia de que hemos conseguido construir una sociedad funcional gracias a la subyugación de nuestra naturaleza despiadada. Ahora, existen cada vez más datos que contradicen esta creencia. Desde mi área de conocimiento puedo aportar, a raíz de lo que observo todos los días en psicoterapia con adultos, que todo este afán por controlar y manipular procesos naturales produce angustia, miedo, enfado, desconfianza extrema de uno mismo y de los demás y muchos otros fenómenos. ¿Quién estando así puede disfrutar de la vida, aportar con gusto a la sociedad, ceder cuando sea conveniente, dialogar en el conflicto…?

Si queremos apostar por una sociedad donde las fuerzas predominantes sean de colaboración, respeto, confianza… y en tanto que la potencialidad de encarnar todas estas tendencias está intrínsecamente en cada niño ¿por qué no crear un entorno nutricio para con estas?

 ¿Qué dirías sobre la necesidad de tolerancia a la frustración del niño…?

Tolerar la frustración produce muchos beneficios: permite que viva con menor angustia, que me embarque en empresas complicadas y muchos otros. Ahora, estas son palabras gordas. Conozco poquísimos adultos con lo que yo llamaría una tolerancia óptima a la frustración. Así que no me gusta cuando veo un adulto que exige al niño esto sin haberlo cultivado él del todo.

Considero que esto, al igual que todo lo importante para su vida, el niño lo aprende como parte de un proceso que sucede dentro de él y en consonancia con su ritmo, capacidad, etc. Los adultos podemos relajarnos en este sentido: la vida está llena de limitaciones y frustraciones, no tenemos por qué crearle al niño frustraciones extra. Si le acompañamos de tal manera que su programa interno no se malogre, y pueda acudir a nosotros cuando lo requiera, por sí sólo va a aprender todo lo que necesita para manejarse favorablemente con la frustración.

 Crees que el estilo de vida actual, los largos horarios de trabajo, las particularidades de la covid… son compatibles con acompañar al niño como pide y necesita”?

Conviene volver a mencionar que acompañar al niño como pide y necesita no significa darle todo lo que quiere, ni convertir al niño en el centro de nuestra existencia o dar prioridad exclusiva a sus necesidades. Creo que toda forma de vida presenta retos a la hora de atender nuestras necesidades. El estilo de vida predominante que veo a mi alrededor va por un camino distinto del que propongo pero no tanto por los horarios y otras cuestiones prácticas, sino por las creencias y valores que lo sostienen. Para querer darle al niño libertad y seguridad es imprescindible que confiemos cabalmente en su programa interno, que soltemos el afán de control, que estemos dispuestos a relacionarnos con los riesgos, etc… Digamos que para poder ofrecerle un entorno así al niño primero tenemos que vivirlo nosotros.

 ¿Cuánto hay del modelo de Carl Rogers en tu propuesta?

Mucho. Casi todo. Me baso completamente en las actitudes que propone para servir de ayuda. Podría decir que mi forma de relacionarme con los niños es muy parecida a la que propone Rogers, eso sí, con la importantísima consideración de que no es un contexto terapéutico y el niño no ha venido a mí en busca de ayuda. Eso significa que la Empatía, la Congruencia y la Consideración Positiva Incondicional siguen presentes pero producen en la relación distintas interacciones de las que podemos ver en una entrevista de consejería. En la base de mi propuesta, como en la de Rogers, está el supuesto de que todo organismo es guiado por una fuerza intrínseca hacia el desarrollo máximo de su potencialidad, siempre que pueda tomar del entorno los nutrientes pertinentes.
De Carl Rogers he aprendido cómo escuchar al niño para conocer sus intereses, necesidades, creencias, experiencias y no proyectar mi mundo en él. Su propuesta me ha preparado para reconocer el programa interno de cada persona y me ha dado argumentos de peso para confiar cabalmente en este; me ha dado claves para ser real en el encuentro con el niño y enfrentarme a cambiar cada vez que me relaciono con él. 

Daniel Troyse

Daniel Troyse

Psicólogo humanista y formador en el Enfoque Centrado en la Persona de Carl Rogers.

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