José Miguel Sánchez, Psicólogo infanto-juvenil en Servicios Sociales y formador en mindfulness para educadores, se inició en la práctica de la atención plena a través del zen.
¿Dirías que los padres y profesores de hoy viven estresados? ¿En qué se refleja?
El momento histórico que estamos atravesando lleva a que al estrés habitual de la labor educativa, tanto en el aula como en casa, se le sume un estrés de fondo causado por la permanente sensación de incertidumbre que conlleva la actual pandemia, así como la exposición diaria inevitable a información que amenaza nuestra supervivencia. Esta situación lleva a que nuestro sistema biológico de afrontamiento de amenazas, efectivo en situaciones puntuales, permanezca sobreestimulado a lo largo del día, llevando a lo que los psicólogos hemos denominado “fatiga pandémica”. Algo que se refleja en agotamiento energético, desmotivación, sensación de desbordamiento, irritabilidad, inestabilidad emocional, dificultad para desarrollar empatía, desesperanza hacia el futuro, falta de sentido vital y disminución de la capacidad de ver la realidad desde diferentes perspectivas y desarrollar creatividad a la hora de enfrentar obstáculos y problemas. Tendemos a intensificar y dar más fuerza a intentos de solución que ya se han mostrado ineficaces en el pasado, lo que aumenta la sensación de estar “dándose contra un muro”, aumentando así el estrés sentido en una espiral que no sabemos cómo detener.
¿Cómo influye el estrés de los adultos en los niños y niñas?
A pesar de nuestros intentos por mantener la calma, los niños y niñas perciben claramente nuestro estrés de fondo, que les transmite inquietud. Se rompe en gran parte la confianza necesaria para desarrollar un ambiente de colaboración, y entonces perciben los objetivos educativos como algo ajeno y a lo que se sienten forzados y presionados. Esto puede llevar a que sientan desconfianza en sus propias capacidades para cumplir estos objetivos. En muchos casos aumenta la actitud de resistencia, aumentando la desmotivación académica y la rebeldía hacia las normas. No quieren participar de nuestro estrés, y nos dan el mensaje clave de que hay algo que es necesario modificar en el sistema, para poder llegar a ellos.
¿Crees que las particularidades que nos ha impuesto la pandemia durante estos meses ha podido repercutir en la atención y el proceso de aprendizaje de nuestros niños?
El aumento de las normas relacionadas con el distanciamiento social, y la incorporación de rituales como el lavado de manos, la toma de temperatura… percibo que a nivel general ha llevado a una mayor contención conductual en el alumnado. Esta mayor “quietud” externa, sin embargo, no correlaciona con una mayor capacidad de atención. Por el contrario, una mayor inquietud interna lleva al despiste y a la desmotivación, cuando no se sigue el hilo de la clase. No ayuda, sin duda, que se oculten los movimientos de la boca del docente, una de las mayores fuentes de comunicación verbal, dando énfasis al contenido y captando la atención. A su vez, el profesorado pierde información sobre el estado emocional y motivacional de los alumnos. Al perder atención, las tareas para casa resultan más difíciles y tediosas, aumentando el estrés familiar. En cuanto a los adolescentes, suelo recibir quejas con respecto a dificultades para seguir las clases on line y compaginarlas con las presenciales. Sienten que pierden el hilo de la exposición y acaban desconectando.
¿Es posible reducir el estrés, y el malestar que genera, sin hacer cambios radicales de vida? ¿Qué tenemos que poner de nuestra parte?
El estrés se origina en la percepción de que las demandas del ambiente están por encima de nuestras capacidades personales para abordarlas eficazmente. Por lo general hemos aprendido culturalmente a auto-motivarnos percibiendo la vida como un muro pesado que hay que sujetar constantemente para que no se derrumbe y sobrevenga el desastre, una concatenación de retos y metas que hay que ir cumpliendo con esfuerzo para mantener nuestra autoestima. Tenemos interiorizada una voz que actúa como látigo enjuiciador que nos mantiene alerta, tratando de no cometer errores, suponiendo que eso nos acerca de alguna manera a la visión ideal que tenemos de nosotros mismos. Este es el modelo de motivación que transmitimos culturalmente, dado que no conocemos otro.
Usar mindfulness para reducir el estrés implica que estemos dispuestos a revisar estas creencias y abrirnos a un modelo de motivación más realista y más sano mentalmente, aprendiendo a cultivar una calma desde la que refrescar nuestra capacidad de re-enfocar la atención. En ese sentido supone un cambio radical en nuestra manera de afrontar la vida, pero es un cambio más interno, de creencias y actitud, que externo. Los posibles cambios externos se dan de manera fluida y natural, por tomar conciencia de lo que favorece nuestro bienestar y plenitud, desde una elección libre. Mindfulness ayuda a deshacer hábitos y automatismos que mantenemos a pesar de saber que claramente nos perjudican.
El modelo que propones, ¿se trata de una práctica complicada o requiere mucho tiempo?
Las prácticas de mindfulness son realmente muy sencillas y pueden incorporarse en nuestras rutinas diarias sin necesidad de hacer grandes cambios. Sin embargo, una de las mayores dificultades a la hora de establecerlas proviene de estar acostumbrados a manejarnos desde un nivel predominantemente racional, intelectual y de pensamiento, y desde ahí pensamos que la solución a la complejidad de nuestra vida tiene que venir de un método igualmente complejo. El descenso de actividad mental puede resultar al principio aburrido e incluso molesto. Desarrollar la capacidad de salir del pensamiento en el que estamos enredados, para pasar a observar el pensamiento y la actividad mental, es sin embargo una capacidad evolutivamente superior de nuestro cerebro. Nuestra maduración psicológica y emocional depende del desarrollo de esta capacidad. Además de las prácticas informales de mindfulness, que no requieren destinar un tiempo extra en nuestra agenda, sí que parece necesario incorporar diariamente una práctica formal de unos 20 minutos. Existe una interesante cita que dice que si no tenemos 20 minutos al día para nosotros mismos, seguramente estemos necesitando el doble. Desde una visión más compasiva con esa posible sensación inicial de “estar perdiendo el tiempo”, propongo comenzar con 10 minutos y aumentarlo a medida que se vayan experimentando sus beneficios.
¿Para poder introducirse en el mindfulness es necesario algún requisito específico o cualquier persona puede adquirir sus beneficios?
Uno de los elementos más interesantes de mindfulness, y del que depende en gran medida su progresiva difusión actual en diferentes ámbitos, es la gran cantidad de estudios neurocientíficos que han mostrado la manera en la que la práctica de mindfulness, incluso en tan solo ocho semanas, comienza a transformar algunas conexiones neuronales implicadas en el control emocional y en el estrés. Algo que sucede a través de la práctica. No es necesario en absoluto tener un especial interés en filosofías exóticas o disponer de ciertos rasgos especiales. Su efecto se ha comprobado incluso en personas con trastornos psicológicos. En realidad, estos cambios suceden a cualquier persona abierta a experimentar. Es importante en todo caso dejar claro que en realidad no es un remedio mágico que nos vaya a hacer vivir sin estrés ni ansiedad. Vamos a aprender a convivir mejor con nuestro malestar, aprender a gestionarlo, lo cual facilita más su reducción que cualquier intento de evitarlo o de luchar contra él.
En tu experiencia como psicólogo infanto-juvenil en Servicios Sociales, ¿qué es lo que más necesitan los niños y niñas de hoy? ¿Y qué les sobra?
Necesitan que les transmitamos esperanza y una confianza fundamental en la vida y en ellos mismos. Comprender que su valía intrínseca no depende de cómo se comporten, de sus resultados académicos ni de otros aspectos externos a los que nuestra cultura da excesiva importancia, como puede ser su apariencia física. Mostrarles maneras de descansar profundamente en su capacidad para observar la maravilla que es tener la oportunidad de experimentar el mundo tal cual es, en cada instante, disfrutando también de observar su mundo interno y así conocerse mejor.
Aprender a estar bien sin esa búsqueda de estimulación constante en la que se hallan. En ese sentido, a mi modo de ver y compartiendo un sentir común con profesionales y familiares, les sobra mucho tiempo de exposición a pantallas. Cuando se acostumbran a que sea algo especialmente llamativo lo que captura su atención durante horas, les resulta mucho más complicado aprender a dirigir su atención y mantenerla, una función ejecutiva que reduce su tendencia a la dispersión. Una dispersión que la neurociencia ha demostrado que es la puerta de entrada de sensaciones de insatisfacción y de diversas formas de malestar emocional. Solemos llegar a la conclusión de que en nuestras infancias éramos mucho más felices con mucho menos.

José Miguel Sánchez Cámara:
Psicólogo infanto-juvenil en Servicios Sociales y formador en mindfulness para educadores