Howard Hughes fue un multimillonario estadounidense nacido el día de Navidad de 1905 y fallecido 70 años después. Fue empresario, aviador, inversor, productor y director de cine. Conocido por sus excentricidades provocadas en parte por su propia personalidad y en parte por padecer un Trastorno Obsesivo Compulsivo grave, en 1958 se recluyó y desde entonces vivió en hoteles de distintos países completamente apartado de la vida pública.
En 1970, el escritor Clifford Irving tuvo, junto al también literato Richard Suskind, la idea de escribir una falsa autobiografía de Hughes, considerando que este se encontraba tan fuera de la vida pública, que nunca se tomaría la molestia de denunciar el engaño. Irving le dijo a su propio editor que Hugues se había puesto en contacto con él porque estaba interesado en que escribiera su propia biografía. A partir de ahí, Irving y Suskind buscaron colaboradores para falsear documentos, cartas supuestamente escritas por el propio Hugues, y llegaron a falsificar la firma del contrato con la editorial que publicaría el libro.
Curiosamente, Clifford Irving había escrito un año antes una biografía, en este caso real, de un falsificador de obras de arte llamado Elmyr de Hory, al que había conocido en la isla de Ibiza y que había dibujado decenas de cuadros que se vendían como realizados por pintores famosos consagrados.
Hugues salió de su retiro para demandar a Irving que terminó siendo descubierto y confesando su propia falsedad. Pasó año y medio en la cárcel. Para cerrar el círculo, el guionista y director de cine Orson Welles, (que había realizado en 1938 una versión radiofónica de “La guerra de los mundos” como si fuera la retransmisión de una auténtica invasión de extraterrestres, engañando a parte de la ciudadanía estadounidense) realizó en 1973 un documental, “Fraude” (F for fake), en el que cuestionaba la importancia de lo real frente a lo fingido y contaba la historia de Clifford Irvig y Elmyr de Hory.
Hace pocas semanas volví a ver “Fraude” y, pese a la innegable capacidad para el engaño al más alto nivel que demuestran tener Hory, Irving y el propio Welles, no pude evitar pensar que, en el fondo, todos los seres humanos tenemos una disposición y aptitud incuestionable para una forma mucho más elaborada, sutil y eficaz de inducir a error, ocultar la verdad o promover una idea falsa: el autoengaño.
Sin duda el autoengaño juega un papel mucho más importante en nuestras vidas de lo que la mayoría de las personas estaríamos dispuestas a reconocer. Es lógico, puesto que la clave de su éxito radica precisamente en no dejarse descubrir. Nos permite mantener creencias irreales pero hacia las que hemos generado apego (o que nos resultan dolorosas, pero hacia las que estamos motivados a volver una y otra vez, renovando nuestro sufrimiento), justifica que no asumamos determinadas responsabilidades (o que nos hagamos cargo de responsabilidades que no nos corresponden), hace que podamos proyectar sobre los demás la satisfacción de necesidades que deberíamos gestionar nosotros mismos, facilita confirmar creencias que nos devuelven una autoimagen aceptable (o una imagen desfavorable y vergonzosa), nos evita ser conscientes de deseos que resultarían problemáticos o que cuestionarían nuestro autoconcepto, dota de un significado aceptable a nuestras motivaciones, consigue que lleguemos a compartir los autoengaños del otro generando un sentimiento de comunión social y de cohesión grupal y, en definitiva, nos evita afrontar una realidad que, por los motivos que sean, no estamos dispuestos a asumir.
Por supuesto, el autoengaño está ahí para protegernos. Pero considero mucho más sano que seamos conscientes de nuestras experiencias y decidamos por nosotros mismos, aunque en ocasiones, esto suponga un nivel más elevado de sufrimiento. Si tenemos un subconsciente lo bastante inteligente como para colocarnos una venda en los ojos y evitarnos tomas consciencia de una parte de la realidad, estoy convencido de que podemos utilizar la inteligencia emocional consciente para, al menos, ser capaces de detectar la venda.
Pero no hay que confiarse. Expertos en arte certificaron la autenticidad de numerosos cuadros de Elmyr de Hory, distinguidos grafólogos no vieron signos de fraude en muchos documentos falsificados por Clifford Irving para hacerlos pasar por manuscritos de Hugues, y bastantes americanos sensatos y racionales temieron estar siendo testigos de una invasión extraterrestre cuando escucharon por la radio la versión de Welles de La Guerra de los Mundos. No deja de sorprenderme la capacidad de la gente para dejarse embaucar. Termino mi artículo y enciendo un cigarrillo. No será bueno para la salud, pero todo el mundo sabe que puedo dejarlo cuando quiera.