La Operación Dinamo o una retirada a tiempo
Hoy iniciamos una serie de artículos sobre hechos históricos que pueden tener un paralelismo con determinadas formas de funcionamiento psicológico, si aplicamos los acontecimientos ocurridos a nivel social o grupal a niveles emocionales más personales.
El mes pasado estuve tres días en Dunkerque, una ciudad portuaria situada al norte de Francia, muy cerca ya de la frontera con Bélgica. Quizá alguien la recuerde por el hundimiento de un barco noruego en 2002, el “Tricolor”, tras chocar con el “Kariba”, y cuyos restos provocaron otros accidentes en los días siguientes. Pero el motivo por el que la traigo a colación y por lo que esta población de unos 100.000 habitantes resulta más conocida, es porque en sus playas se desarrolló a finales de mayo de 1940 la Operación Dinamo, reflejada en varias películas, la más conocida de ellas la reciente “Dunkirk” de Christopher Nolan.
Operación Dinamo fue el nombre que se le dio a la operación de evacuación de soldados ingleses, franceses y belgas que habían quedado atrapados en el norte de Francia tras la invasión que la Alemania de Hitler llevó a cabo contra Bélgica, Holanda y Francia. Inglaterra había enviado tropas al continente para ayudar a frenar la ofensiva del ejército alemán, pero el avance de éste fue tan rápido y la resistencia de belgas y franceses tan débil, que el ejército británico junto con restos del francés y el belga quedaron aislados en la zona norte de Francia.
Se decidió intentar una evacuación casi imposible desde Dunkerque, ya que era la ciudad portuaria más cercana y contaba con la playa de arena más larga de Europa. Había 400.000 hombres, pero teniendo en cuenta que no se podía resistir mucho tiempo y que las condiciones resultaban muy precarias, ya que los soldados esperaban en fila en las playas, sometidos (al igual que las embarcaciones) al constante bombardeo de la aviación alemana, el planteamiento inicial del plan fue utilizar 40 barcos de guerra y unos 100 mercantes para evacuar 10.000 soldados al día durante 5 días.
Finalmente, la operación se prolongó un día más, pero en ese tiempo fueron evacuados 340.000 soldados, con la ayuda en las últimas horas de barcos de recreo, de particulares, que se sumaron al trasiego de embarcaciones de mayor calado. Por ello, desde aquel día, la evacuación fue también conocida con el nombre de Milagro de Dunquerke. Pero, este milagro ¿no dejaba de ser la constatación de una derrota?
En la vida este es un dilema con el que nos enfrentamos a menudo. ¿Cuándo tenemos que renunciar a un objetivo, asumir una derrota o reconocer un fracaso? Y dejar de intentarlo. ¿Y cuándo hay que seguir luchando, intentándolo, probando estrategias nuevas?
Muchas veces nos dejamos llevar por mecanismos automáticos rígidos que nos evitan tomar este tipo de decisiones. Así, o bien directamente renunciamos a objetivos deseables, de manera que ni emprendemos el camino y preferimos vivir en un status de mediocridad que nos protege y nos cubre de una manta de tranquilidad; o bien nos empeñamos en sacar adelante lo que hace tiempo ya dejó de ser posible, obsesionándonos y estrellándonos una y otra vez contra el mismo muro infranqueable.
No creo que haya una guía clara ni una solución sencilla, pero al menos, sería deseable que fuésemos capaces de tomar consciencia y decidir por nosotros mismos cuando merece la pena mantener el esfuerzo, el desgaste de sostener un objetivo concreto, y cuando debemos asumir la derrota para evitar un desgaste emocional innecesario. Una evacuación como la de Dunkerque fue costosa y difícil, se llevó por delante vidas humanas y exigió sacrificios y tenacidad. Todo el esfuerzo, sólo, para huir adecuadamente. Es muy complicado realizar un desgaste personal importante cuando no es con la intención de lograr grandes objetivos, de buscar éxitos atractivos o de perseguir metas deseadas, sino que se hace para asumir pérdidas, gestionar derrotas o renunciar a llegar al final del camino.
La Operación Dinamo, como tal, superó todas las expectativas, Hitler lamentó lo sucedido y la población británica lo celebró, pero Churchill, tres días después, dijo que las guerras no se ganan con evacuaciones. Estoy de acuerdo. Pero el hecho es que los Aliados, finalmente, ganaron la guerra.
Debo reconocer que en no pocas ocasiones, no he sabido distinguir cuando debía retirarme de una batalla, pero de lo que no tengo la menor duda es de que, cuando me he dado cuenta de que todo estaba perdido, todo la energía empleada, toda la ansiedad sufrida y todas las lágrimas derramadas para tirar la toalla y reagrupar a mis tropas, han merecido la pena. Porque me han permitido rehacerme y poder enfrentarme después a nuevos retos y oportunidades.
Pablo Sierra
Psicólogo Humanista