Leo (probablemente influido aunque no de un modo del todo consciente, por su fallecimiento este mismo verano) otro libro de Milan Kundera: “La inmortalidad”.  La novela comienza presentando desde la primera frase a una señora de sesenta o sesenta y cinco años que está siendo observada por el autor en una piscina, cuando queda fascinado ante un gesto elegante y una sonrisa encantadora de la mujer.

 

Tomándola como modelo, el autor crea un personaje femenino de ficción para su novela y la va rodeando de una hermana, un marido… y creando el mundo de su relato, para terminar hablando de nuestra época, en la que se rinde culto a la tecnología y a la imagen. En el último capítulo, poco antes del final de la historia, un personaje lanza una pregunta al aire: ¿quién quiere acostarse secretamente con Rita Hayworth y quién prefiere que no pase nada pero que le vean con ella?

 

Manteniendo la misma estructura podríamos ampliar un abanico de contenidos para la misma pregunta en la que el planteamiento básico siguiera siendo: ¿qué es preferible: tener una experiencia fascinante en forma de un viaje, un logro, una reunión de amigos, una relación de pareja… y que nadie lo sepa o que sea conocido por todos que has tenido esas experiencias aunque sean falsas o no hayan reportado nada interesante?

 

Hoy en día, las redes sociales (que no existían cuando se publicó el libro de Kundera) se han convertido en un escaparate universal de nuestra intimidad. Además, permiten seleccionar unas fotos determinadas, unas frases concretas y colorear la experiencia mejorándola de cara a la galería.

 

Me gustaría conocer los resultados de una encuesta así, pero no cabe duda de que mucha gente, hoy en día, elige la segunda opción. Supongo que todos hemos tenido la experiencia de estar en algún lugar que nos ha impresionado por su belleza u originalidad y comprobar cómo muchas de las personas que se encuentran allí sacan fotografías de todo tipo probablemente para subirlas a su red social favorita y se van sin haber dedicado ni tres minutos a disfrutar de la experiencia concreta de estar allí.

 

No sé si esta sociedad genera tanta inseguridad que preferimos invertir nuestros esfuerzos en lograr la admiración de los demás, en lugar de disfrutar del placer de determinadas experiencias. No sé si nos hace tan vulnerables que tratamos de fortalecernos dando más importancia a las apariencias, en vez de asumir las realidades. No sé si hay un problema de autoestima que nos lleva a protegernos proyectando una imagen de color rosa en detrimento de la experiencia directa de las cosas con sus luces y sus sombras.

 

Y mientras escribo esto, y me veo posicionado en el bando correcto de los que siempre preferiríamos una buena experiencia antes que una feliz falsa apariencia, me viene a la cabeza una frase del propio Kundera que pertenece a otro libro y en la que habla de “la visión de la propia miseria puesta repentinamente en evidencia”. Y me inquieta pensar que si me expongo ante una de mis miserias, entendida como aspecto de uno mismo que nos avergonzaría profundamente que los demás conocieran, y me viera ante el riesgo de que aquella se pusiera en evidencia ante los demás, quizá, aunque sólo fuera en ese caso, aunque buscara mil maneras de justificar mi cobardía, preferiría encontrar un escaparate que camuflase mi miseria y proyectase una visión aceptable de mí.

 

Y mientras busco las palabras para terminar este artículo, aparece mi hija para darme las buenas noches. Y no puedo evitar pensar que ojalá ella sea siempre capaz de renunciar a vender una imagen de falsa felicidad a cambio de darme un abrazo del que nadie nunca tenga noticia.

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