Elemental, Doctor Freud
Nicholas Meyer (escritor, guionista y director de cine muy irregular, pero que ha dotado de interés algunas de las tramas que ha elaborado) publicó en 1974 la novela “The seven per cent solution”. En ella desarrollaba una aproximación a la controvertida figura de Freud, decidiendo convertirlo en una novela de suspense e intriga, en la que el famoso médico vienés trataba al detective más famoso del mundo, Sherlock Holmes, de su adicción a la cocaína y su trastorno paranoico. Este enfoque policiaco para acercarse al padre del psicoanálisis, puede ser discutible, pero vendría avalado y pasaría a formar parte de una curiosa línea de acontecimientos que parece conectar el método psicoanalítico con la metodología típica de los detectives de la literatura y, especialmente, con Sherlock Holmes y su sistema deductivo. Trataremos, a continuación, de recorrer dicha línea cronológicamente.
Todo empieza con un relato tradicional persa “Los tres príncipes de Serendip”, en el que los hijos del rey de lo que fue la isla de Ceilán, actual Sri Lanka, resolvían sus problemas por medio de descubrimientos increíblemente casuales.
1726, Jonathan Swift describe el tamaño, la velocidad de rotación y las distancias de dos satélites del planeta Marte desconocidos, dentro de su obra de ficción “Los viajes de Gulliver”.
1745, Horace Walpole acuña el término “serendipity”, serendipia en castellano, que haría referencia a la facultad de llegar a valiosas conclusiones de manera fortuita, extendiéndose por asociación a todo tipo de casualidades y coincidencias.
1748, Voltaire publica “Zadig, o el destino”, cuyo protagonista desarrolla en un pasaje la descripción detallada de un caballo que nunca ha visto, a partir de huellas y señales que ha dejado en el camino. El párrafo no es original en sí mismo puesto que se trata de la traducción de un texto antiguo persa que formaba parte de la colección de relatos de los tres hijos del rey de Serendip (actual Sri Lanka).
1752, Voltaire menciona en su obra “Micromegas” la existencia de dos pequeñas lunas del planeta Marte que “no han podido descubrir nuestros astrónomos”.
1877, el astrónomo Asaph Hall pudo ver, por primera vez, dos lunas de Marte desde el Observatorio Naval de los Estados Unidos. La coincidencia o serendipia con las descripciones de las mismas realizadas el siglo anterior hizo que dos cráteres descubiertos en la superficie de uno de los satélites fueran bautizados como “Swift” y “Voltaire”.
1883 , el médico italiano Giovanni Morelli desarrolló un método de estudio de las obras de arte que permitiría establecer la autoría de las mismas con una máxima fiabilidad, basándose en los pequeños detalles de la composición que hasta entonces se habían considerado triviales y sin importancia.
1887, aparece la novela “Estudio en escarlata” de Arthur Conan Doyle, carta de presentación del detective más famoso de la historia de la literatura Sherlock Holmes y de su inseparable compañero y narrador de sus casos Dr. John H. Watson. Holmes desarrolla un método deductivo que le permite llegar a conclusiones fiables a partir de los datos que le aportan sus clientes. En más de una ocasión le expresa a Watson el valor inapreciable de los pequeños detalles y los datos aparentemente triviales, a la hora de extraer conclusiones aceptables. Sus clientes suelen irse reconfortados incluso emocionalmente tras la investigación y rara vez no han aprendido algo de sí mismos que desconocían.
1892, Joseph Bell, cirujano de Edimburgo “de agudos y penetrantes ojos grises, nariz de águila y rasgos impresionantes”, y maestro de Conan Doyle, escribía: “Voltaire nos enseñó el método de Zadig y cualquier buen profesor de medicina ejemplifica cada día el método y sus resultados. (…) Llevado a la vida ordinaria, concebida la existencia de una insaciable curiosidad y un juicio razonablemente agudo, tiene usted al experto detective Sherlock Holmes”.
1893, se publica el relato “El problema final” de Conan Doyle, que termina con la muerte de Holmes al caer junto a su mortal enemigo Moriarty por unas cataratas en Centroeuropa.
1900, se publica “La interpretación de los sueños”, del médico y neurólogo austriaco Sigmund Freud, en la que describe un nuevo modelo de funcionamiento psíquico que estaría dominado en cierta medida por una esfera más allá de lo consciente, un nivel inconsciente al que se puede acceder a través de un peculiar método basado en una adecuada interpretación de chistes, lapsus, actos fallidos, sueños y síntomas, detalles que hasta entonces se habían considerado triviales y sin importancia. Esto permitiría que el paciente descubriera aspectos de sí mismo desconocidos o reprimidos, ayudándole a sanarse emocionalmente.
1901-1902, se publica por entregas la novela de Arthur Conan Doyle “El perro de Baskerville” donde Sherlock Holmes sigue poniendo en práctica su particular método deductivo, basado en extraer conclusiones a partir de pequeños detalles que habrían resultado intrascendentes para cualquier otro observador.
1903-1904, en su colección de relatos “El regreso de Sherlock Holmes”, el detective explicaba al Dr. Watson que realmente no falleció en las cataratas Reichenbach, pero que sí lo hizo Moriarty y él prefirió desaparecer durante un periodo de tres años para poder desmantelar a la banda de su enemigo mientras lo daban por muerto.
Hacia 1910, en una carta de Sigmund Freud a su discípulo Carl G. Jung, se puede leer: “Lo hice aparecer como si el más tenue de los indicios me hubiese permitido, a la manera de Sherlock Holmes, adivinar la situación”.
1914, Freud dice en su ensayo sobre el Moisés de Miguel Ángel: “Mucho antes de que tuviera oportunidad de oír del psicoanálisis, supe que un perito ruso en arte, Iván Lermolieff, había causado una revolución en las galerías de arte de Europa al cuestionar la autoría de muchas obras, mostrando como distinguir con certeza las copias de los originales (…) Consiguió esto insistiendo en que debería desviarse la atención de la impresión general y los rasgos principales de un cuadro y ponerse el énfasis en el significado de los detalles menores (…) Me interesó entonces vivamente saber que el seudónimo ruso ocultaba la identidad de un médico italiano llamado Giovanni Morelli, fallecido en 1891”.
1916, en sus escritos de “Introducción al Psicoanálisis”, Freud dice: “suponga que es usted un detective comprometido en la investigación de un asesinato, ¿espera de verdad encontrarse con que el asesino ha dejado su fotografía con nombre y dirección en la escena del crimen?¿No se contenta, por fuerza, con más débiles e inciertas pistas de la persona que busca?”.
1962, John Huston (director de la época clásica de cine norteamericano) dirige “Freud, pasión secreta”, biografía del padre del Psicoanálisis planteada como una película de “suspense intelectual”, en la que el famoso psiquiatra descubre los traumas de sus pacientes y los propios, como si se tratase de una investigación policiaca.
1974, Nicholas Meyer escribe “The seven per cent solution”. En dicha novela Meyer especula sobre los tres años en los que Sherlock Holmes estuvo desaparecido, considerando que padecía un trastorno paranoide centrado en el profesor Moriarty, quien sería en realidad un inofensivo profesor de matemáticas. Watson consigue engañar a Holmes para ponerlo en tratamiento psiquiátrico con un médico en Viena. Éste le cura por medio de hipnosis y juntos se enfrentan a un mega-villano que pretende precipitar una guerra mundial. El médico resulta ser un conocido neurólogo. El título de la novela en sus ediciones en castellano fue “Elemental, doctor Freud”.
1985, Michael Shepherd (psiquiatra galés) publica “Sherlock Holmes y el caso del Doctor Freud”, ensayo en el que desarrolla las similitudes entre el personaje de ficción y el médico real, desarrollando la tesis de que la principal conexión entre ambos es el método que utilizan en sus respectivos trabajos (el método Zadig), realizando una dura crítica al mismo, al considerar que no se trata de un sistema científico, sino de un mito cuya capacidad de fascinación compensa la debilidad del método en sí.
1982, el semiólogo y novelista italiano Umberto Eco escribe “El nombre de la rosa”. La novela está protagonizada por un monje franciscano de “mirada aguda y penetrante; la nariz afilada y un poco aguileña…”, una descripción que parece encajar con la del propio Holmes… ¿o el maestro de Conan Doyle, Joseph Bell? Su nombre es Guillermo de Baskerville (nueva referencia a nuestro detective) y su ayudante y narrador es un joven monje llamado Adso de Melk. ¿Será casual el parecido fonético con Watson, el otro insigne narrador? ¿O será un señuelo para distraer nuestra atención de que Melk es el nombre de una pequeña abadía próxima a Viena, cuna del Psicoanálisis? Su misión es esclarecer los crímenes cometidos en una abadía benedictina. La clave se encuentra en el edificio de la biblioteca, diseñada como un laberinto inaccesible. ¿Metáfora de lo inconsciente?¿No sería nuestro cerebro una biblioteca laberíntica en sus circunvoluciones, repleta de datos a los que no siempre nos es posible acceder?¿No tiene la investigación de Guillermo algo de psicoanálisis de la abadía, de la Iglesia, o del Saber, en general?Al principio del relato Guillermo le describe a Adso las dimensiones de un caballo que no ha visto, pero que deduce a partir de una serie de señales que ha sabido interpretar correctamente. El parecido con la fábula de Voltaire es evidente. Quintaesencia del método Zadig. ¿Método científico o mito literario? ¿Sistema para explicar la conducta humana, para curar trastornos mentales, para determinar la autoría de las obras de arte o fuego de artificio sólo apto para la ficción detectivesca?¿Tiene la lógica holmesiana algo de científico?¿Y el establecimiento de un diagnóstico, algo de detectivesco?
2011, una semana antes de empezar a escribir este artículo, me llama un antiguo paciente para saludarme. Se ha acordado de mí, sin razón aparente, sólo para agradecerme la ayuda que le presté ¡hace años! Me cuenta que acaba de volver de un viaje por Sri Lanka, antigua isla de Ceilán, cuyo nombre árabe Serendip es el origen de la palabra serendipia, que hace referencia a la posibilidad de llegar a conclusiones fortuitamente, por casualidad o coincidencia.
Pablo Sierra
Psicólogo Humanista