El cine de Scorsese y Schrader: Entre lo psicológico y lo religioso
Martin Scorsese y Paul Schrader son probablemente dos de los cineastas vivos y, aún en activo, más importantes del cine americano. Ambos han desarrollado una carrera como directores en paralelo y el segundo ha escrito hasta 4 guiones en películas del primero.
Es frecuente en los análisis de la obra de ambos hacer referencia a su obsesiva temática de fondo espiritual y religioso, centrada en el pecado, la culpa y la redención. No es menos cierto que otros autores estadounidenses de educación religiosa (fundamentalmente italoamericanos) han manejado parámetros similares, si bien de forma menos sistemática.
Pero lo interesante de los dos cineastas que nos ocupan es la peculiar manera en que han planteado tanto por separado como en colaboración ese esquema espiritual, tan profundamente religioso, como alejado de los parámetros de cualquier catequesis al uso; así como la forma en que han identificado dicho esquema con el proceso psicológico y vital de los personajes principales de sus películas. Me basaré para mi exposición en la siguiente estructura general (aunque no siempre es seguido rígidamente por sus autores): Pecado# Culpa#Castigo#Sacrificio#Redención (con su correspondiente precio a pagar).
Paul Schrader tuvo una rígida educación calvinista y sus guiones (incluso los que ha adaptado de novelas ajenas) destilan permanentemente la temática de la redención del individuo, que suele ser alcanzada, como veremos a continuación, mediante la aceptación de un destino que el personaje se ha pasado la vida (o al menos la película) tratando de evitar.
Tomando como guía el esquema arriba propuesto, hay que comenzar señalando que el Pecado de los personajes de Schrader se ha cometido frecuentemente antes de comenzar la historia (Richard Gere en “American Gigolo” se gana la vida alquilando su cuerpo, ejerciendo la profesión que da título a la película, incapaz de establecer relaciones basadas en los afectos; Willem Dafoe en “Posibilidad de escape” trafica con drogas con parecido problema emocional; Nick Nolte en “Aflicción” ha sido el causante del divorcio con su mujer, se ha alejado de su hija y ha heredado de su padre una tendencia violenta innata; y Jesucristo en “La última tentación de Cristo” (escrita por Schrader, pero dirigida por Scorsese) fabrica cruces para los romanos con las que torturan y ejecutan a su propio pueblo).
Por lo que respecta a la Culpa, se manifiesta fundamentalmente en forma de insatisfacción, conflictos internos e interpersonales y, en ocasiones, sufrimientos físicos (“La última tentación…” comienza con Cristo quejándose de sus jaquecas; y Nick Nolte sufre durante toda “Aflicción” de unos insoportables dolores de muelas).
En las tramas de Schrader, se podría aplicar el dicho de que “en el pecado se lleva la penitencia” porque el Castigo que sufren los personajes suele ser la consecuencia directa de sus pecados: su incapacidad de amar los conduce a la soledad, la alienación y la incomunicación. Pero su Castigo existencial nunca es suficiente para aliviar su culpa. Sus personajes buscan un objetivo, pretendiendo evitar su propio destino. Julian Kaye (R. Gere) es víctima de una trampa y principal sospechoso de un crimen que no ha cometido y trata de demostrar su inocencia; John Latour (W. Dafoe) quiere dejar el trabajo de “camello” y evitar, como el anterior, la prisión; Wade Widehouse (N. Nolte) pretende descubrir a los responsables de una supuesta trama corrupta y, defendiendo la ley, actuar correctamente y esquivar su propia tendencia a dañar a los demás; y Cristo (de nuevo Dafoe) quiere eludir su divinidad, cayendo en la tentación de llevar una vida normal, casándose, teniendo hijos y renunciando a su compromiso con la humanidad.
Finalmente, el único Sacrificio que puede salvarlos es la aceptación del destino que han querido esquivar, y que suele llegar como consecuencia de, o conectado con, una actuación violenta. Kaye y Latour van a la cárcel, Widehouse desata toda su violencia contra su padre (el origen directo de sus pecados) y Jesucristo acepta la carga de ser el Mesías, renunciando a su tentación y muriendo en la cruz.
La Redención está siempre relacionada con otras personas de un modo u otro. A Kaye y Latour les esperan sendas mujeres cuando cumplan condena; Widehouse se sacrifica para que, tal vez, su hermano Rolfe pueda evitar ese destino fatal de la violencia; y Cristo muere en la cruz para salvar directamente a toda la Humanidad.
Scorsese estudió para sacerdote católico y en sus películas se filtra una y otra vez el tema de la salvación espiritual, utilizando frecuentemente el esquema arriba señalado, pero no de manera simplista, maniquea ni lineal, sino filtrando las motivaciones y deseos de sus personajes con una compleja mezcla de moral personal, conflictos internos, necesidades, circunstancias, pasiones y emociones.
Es muy representativo de los personajes de Scorsese, Henry Hill (Ray Liotta) en “Uno de los nuestros”, adaptada de una novela de Nicholas Pileggi, pero uno de los pocos guiones directamente escritos por el propio director. El Pecado en sus filmes suele materializarse en pantalla en la primera parte de la trama: en este caso, la película empieza con la voz en off de Henry Hill adulto (aunque las imágenes corresponden a su infancia) diciendo “desde que yo recuerdo, siempre quise ser un gángster”. De nuevo un individuo dispuesto a ganarse la vida fuera de la legalidad movido por la ambición y la vanidad, tentado por el poder y el respeto que generaban los gánsteres en Little Italy. A partir de ahí, efectúa su particular descenso a los infiernos, atrapado por el consumo de drogas y la dificultad de establecer vínculos afectivos (más allá de los códigos mafiosos de camaradería).
Pero la característica más interesante de los personajes de Scorsese es que, para lograr la Redención final, recurren sistemáticamente a la traición de aquello que siempre han defendido. Es la otra cara de la misma moneda de los personajes de Schrader, que terminan por aceptar el destino que han tratado de evitar. Henry Hill delata a sus compañeros al F.B.I. y entra en un programa de protección de testigos que le lleva a perder todo por lo que había luchado, convirtiéndose según sus propias palabras en “un gilipollas”; Nick Nolte en “El cabo del miedo” es un abogado que ha traicionado a su cliente, permitiendo que lo encarcelen porque lo sabe culpable y vivirá por ello un verdadero infierno; Leonardo DiCaprio, de forma más consciente, se infiltra entre aquellos a los que sabe tendrá que terminar traicionando en “Gangs of New York” y en “Infiltrados”, pagando su precio también; y, sobre todo, Judas (Harvey Keitel) en “La última tentación de Cristo” entrega a Jesús a los romanos (la mayor traición en la cultura católica) para redimirse a sí mismo, permitiendo que aquel asuma su destino y entregue su vida por la Humanidad. Es curioso que en esta cinta el personaje típico de Scorsese (Judas) es consecuente con su filosofía de la traición para que el personaje típico de Schrader (Jesucristo) pueda serlo con la suya del cumplimiento del destino.
Resulta también paradigmática la trayectoria vital de Jake LaMotta (Robert deNiro en “Toro salvaje”). LaMotta parece vivir en un permanente Castigo, una especie de purgatorio continuo, jalonado por sucesivos combates de boxeo (filmados por Scorsese en un blanco y negro fantasmagórico e irreal) que parecen más motivados por la Culpa y la necesidad punitiva subsiguiente que por el deseo positivo de ganar títulos y combates. Una vez más, parece que el Pecado esencial de LaMotta fuera esa incapacidad de amar que le lleva a maltratar a su mujer, distanciarse de su hermano… La progresiva degradación física de LaMotta consecuencia de los golpes y cicatrices que va acumulando funcionan como una metáfora de esa Culpa que se fuera quedando grabada en su rostro, como los estigmas en el cuerpo de Jesucristo. Parece que la única Redención posible para el púgil italoamericano fuera pasar por el Sacrificio de abandonar aquello por lo que siempre luchó, traicionándose a sí mismo, para terminar la película igual que empieza (al estar contada en un largo flash-back) preparando un show cómico y confesando a los espectadores todos los errores de su fracasada vida.
En definitiva, ya sea a través del carácter redentor del amor (Kaye y Latour), de la traición (Henry Hill, Judas y LaMotta) o la aceptación del propio destino por la autoinmolación (Witehouse y Jesucristo) parece claro que, aceptando las peculiaridades de cada uno, el desarrollo psicológico de los personajes de Scorsese y Schrader no puede ser desligado de un esquema religioso, una trayectoria espiritual, que les dota de una extraña singularidad y permita analizarlos desde diferentes e interesantes niveles de lectura.
Pablo Sierra
Psicólogo Humanista